
02 Nov 2015 Sobre la autoedición
La autoedición no es nueva. Prácticamente existe desde que existe la imprenta moderna, y los autores querían ver impresos sus versos o sus piezas dramáticas y los llevaban al taller de un impresor y pagaban por llevarse los pliegos impresos y encuadernados. La impresión de libros bajo demanda, sin embargo, la ha devuelto a la actualidad.
Allí donde había una corrección, aunque fuese en piedra, un deseo de mejorar una frase, o la necesidad de comunicar algo de una manera más precisa, o de una forma más agradable, podemos decir que ya había en potencia un editor.
De esta manera, podemos afirmar que la figura del editor, aunque igualmente antigua y se remonta a los tiempos del surgimiento de la escritura misma, siempre ha estado vinculada funcionalmente, en primer lugar, al propio autor, ya que él ha sido siempre el primero en “cuidar” y “curar” su texto; lo que decía, y la forma en que se mostraba a los demás.
El editor moderno surge del desarrollo económico y de la demanda del libro como objeto no solo cultural sino también industrial. Es una figura que sigue siendo necesaria, ya que a partir de su formación profesional y experiencia, de alguna manera contrasta y valida la información “literaria”. El editor tiene una función crítica, por ejemplo, que no tiene el porqué tener el propio autor, y en este sentido se encuentra en una posición llamémosle de ventaja.
No es hasta finales del siglo XX, con el desarrollo de la informática y de los procesadores de texto, que empieza a volver a hablarse de la autoedición. Denostada en un principio, por aquello de que nos habíamos acostumbrado a los premios literarios y a las grandes colecciones de las editoriales más famosas, la autoedición sin embargo ha terminado por abrirse paso en las últimas ferias literarias más importantes, que han sucumbido ante la evidencia de que las reglas del juego han cambiado.